INTRODUCCIÓN
EXPOSICIÓN DE LA PREGUNTA POR EL SENTIDO DEL SER
CAPÍTULO PRIMERO:
Necesidad, estructura y primacía de la pregunta por el ser
§
1. Necesidad de una repetición explícita de la pregunta por el ser
(2)
Hoy esta pregunta ha caído en el olvido, aunque nuestro tiempo se atribuya
el progreso de una reafirmación de la “metafísica”. Pese a ello, nos creemos dispensados
de los esfuerzos para volver a desencadenar una γιγαντοδμαχία περί τῆς
οὐσίας.
Sin embargo, esta pregunta no es una pregunta cualquiera. Ella mantuvo
en vilo la investigación de Platón y Aristóteles, aunque para enmudecer desde entonces
—como
pregunta temática de una efectiva investigación. Lo que ellos alcanzaron
se mantuvo, a través de múltiples modificaciones y “retoques”,
hasta la Lógica
de
Hegel. Y lo que, en el supremo esfuerzo del pensar, le
fuera antaño arrebatado a los
fenómenos, si bien fragmentaria e incipientemente, se ha
convertido desde hace
tiempo en una trivialidad.
No sólo eso. Sobre la base de los comienzos griegos de la
interpretación del
ser, llegó a constituirse un dogma que no sólo declara superflua la pregunta por el
sentido del ser, sino que, además, ratifica y legitima su omisión. Se dice: el concepto
de “ser” es el más universal y vacío. Como tal, opone resistencia a todo intento
de definición. Este concepto universalísimo y, por ende, indefinible, tampoco necesita
ser definido. Todo el mundo lo usa constantemente y
comprende ya siempre lo
que con él quiere decir. De esta manera, lo que estando oculto
incitaba y mantenía
en la inquietud al filosofar antiguo, se ha convertido
en algo obvio y claro como el
sol, hasta el punto de que si alguien insiste en
preguntar aún por ello, es acusado
de error metodológico.
Al comienzo de esta investigación no es posible discutir en detalle los prejuicios
que constantemente suscitan y alimentan la convicción de que no es necesario
(3) preguntar por el ser. Ellos hunden sus raíces en la ontología antigua misma.
Ésta, por su parte, sólo podrá ser adecuadamente interpretada —en
lo que respecta
al terreno de donde han brotado sus conceptos ontológicos fundamentales, y a la
justeza de la legitimación y del número de las categorías— siguiendo el hilo conductor
de la aclaración y respuesta de la pregunta por el ser. Llevaremos,
pues, la
discusión de estos prejuicios tan sólo hasta el punto en que pueda verse la necesidad
de una repetición de la pregunta por el sentido del ser. Estos
prejuicios son
tres:
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1. El “ser”a es
el concepto “más universal”: τὸ ὄν ἐστι καθόλου μάλιστα πάντων1.
Illud quod primo cadit sub apprehensione est ens,
cuius intellectus includitur in omnibus,
quaecumque
quis apprehendit. “Una comprensión del ser ya está siempre implícita en
todo aquello que se aprehende como ente”2. Pero la “universalidad” del “ser” no es
la del género. El “ser” no constituye la región suprema del ente en tanto que éste se
articula conceptualmente según género y especie: οὔτε τὸ γένος3. La “universalidad”
del ser “sobrepasa”
toda universalidad genérica. El “ser” es, en la nomenclatura
de la ontología medieval, un “trascendental”
(“transcendens”).
La unidad de este
“universal”
trascendental frente a la multiplicidad de los supremos conceptos
genéricos quiditativos fue reconocida por Aristóteles como la unidad
de la analogía.
Con este descubrimiento, Aristóteles, pese a su dependencia respecto del
cuestionamiento
ontológico de Platón, puso el problema del ser sobre una base
fundamentalmente
nueva. Pero tampoco él logró disipar la oscuridad de estas conexiones
categoriales. La ontología medieval discutió copiosamente el problema, especialmente
en las escuelas tomista y escotista, sin llegar a una
claridad de fondo. Y
cuando, finalmente, Hegel determina el “ser”
como lo “inmediato
indeterminado”,
haciendo de esta definición la base para todo el ulterior despliegue categorial
de su
Lógica,
sigue mirando en la misma dirección que la ontología antigua, con la única
diferencia que deja de mano el problema, ya planteado
por Aristóteles, de la unidad
del ser frente a la multiplicidad de las “categorías” quiditativas. Por consiguiente,
cuando se dice: el “ser”
es el concepto más universal, ello no puede significar
que sea el más claro y que no esté necesitado de una discusión ulterior. El concepto
de “ser” es, más bien, el más oscuro.
2. El concepto de “ser”
es indefinible. Es lo que se ha concluido de su suprema (4)
universalidad4. Y con razón —si definitio fit per genus proximum et
differentiam specificam.
En efecto, el “ser” no puede ser concebido como un ente; enti
non additur aliqua
natura:
no se puede determinar el “ser”
atribuyéndole una entidad. El ser no es derivable
definitoriamente desde conceptos más altos, ni puede ser explicado mediante
conceptos inferiores. Pero, ¿se sigue de ello que el “ser”
ya no presente problemas?
Ni mucho menos. Lo único que puede inferirse es que el “ser”
no es algo
a
el ente, la entidad.
1
Aristóteles, Met. B 4, 1001 a 21.
2
Tomás de Aquino, S. Th. I‐II q. 94 a. 2.
3 Aristóteles, Met. B 3, 998 b 22.
4 Cf. Pascal, Pensées et Opuscules (ed. Brunschvieg) 6, París 1912, p. 169: On ne peut entreprendre
de définir (être sans tomber dans cette
absurdité: car on ne peut définir un mot sans commencer par
celui‐ci, c’est, soit qu’on (‘exprime
ou qu’on le sous‐entende. Donc pour définir l’être, il faudrait
dire c’est, et ainsi employer le mot défini dans sa définition.
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así como un enteb. De ahí que esa forma de determinación de los entes, justificada
dentro de ciertos límites, que es la “definición” de la lógica tradicional —lógica que
tiene, ella misma, sus fundamentos en la ontología antigua— no sea aplicable al
ser. La indefinibilidad del ser no dispensa de la
pregunta por su sentido, sino que
precisamente invita a ella.
3. El “ser” es un concepto evidente por sí mismo. En todo conocimiento, en todo
enunciado, en todo comportamiento respecto de un ente,
en todo comportarse respecto
de sí mismo, se hace uso del “ser”,
y esta expresión resulta comprensible “sin
más”. Cualquiera comprende: “el
cielo es
azul”; “soy feliz”, y otras cosas semejantes.
Sin embargo, esta comprensibilidad de término medio no hace más que demostrar
una incomprensibilidad. Esta incomprensibilidad pone de
manifiesto que en
todo comportarse y habérselas respecto del ente en cuanto ente, subyace a
priori un
enigma. El hecho de que ya siempre vivamos en una
comprensión del ser y que, al
mismo tiempo, el sentido del ser esté envuelto en oscuridad, demuestra la principial
necesidad de repetir la pregunta por el sentido del “ser”.
La apelación a lo obvio en el ámbito de los conceptos filosóficos fundamentales,
y sobre todo con respecto al concepto de “ser”,
es un dudoso procedimiento,
si es verdad que lo “obvio”
y sólo lo obvio —”los secretos juicios de la razón común”
(Kant)— debe ser y continuar siendo el tema expreso de la analítica (“el quehacer
de los filósofos”).v
La consideración de los prejuicios nos ha hecho ver que no sólo falta la respuesta
a la pregunta por el ser, sino que incluso la pregunta
misma es oscura y carece
de dirección. Por consiguiente, repetir la pregunta por el ser
significa: elaborar
de una vez por todas en forma suficiente el planteamiento
mismo de la pregunta.
§
2. La estructura formal de la pregunta por el ser
(5) La pregunta por el sentido del ser debe ser planteadavi.
Si ella es una pregunta
fundamental, o incluso la pregunta fundamental,
entonces este cuestionar requiere
ser hecho transparente en la forma debida. Por esto,
será necesario explicar brevemente
lo que pertenece a toda pregunta en general, para poder
comprender desde
allí el carácter particularísimo de la pregunta por el ser.
Todo preguntar es una búsqueda. Todo buscar está guiado previamente por
aquello que se busca. Preguntar es buscar conocer el
ente en lo que respecta al hecho
de que es y a su ser‐así. La búsqueda cognoscitiva puede convertirse en “invesb
¡Ciertamente
que no!, sino: acerca del Ser (Seyn) no puede decidirse nada recurriendo a este tipo
de conceptos.
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tigación”, es decir, en una determinación descubridora de aquello por lo que se
pregunta. Todo preguntar implica, en cuanto preguntar
por…,
algo puesto
en cuestión
[sein Gefragtes]. Todo preguntar por…
es de alguna manera un interrogar a…
Al preguntar le pertenece, además de lo puesto en cuestión, un interrogado [ein Befragtes].
En la pregunta investigadora, e.d. específicamente teorética, lo puesto en
cuestión debe ser determinado y llevado a concepto. En lo
puesto en cuestión tenemos
entonces, como aquello a lo que propiamente se tiende, lo
preguntado [das
Erfragte],
aquello donde el preguntar llega a su meta. El
preguntar mismo tiene, en
cuanto comportamiento de un ente —del
que pregunta—
su propio carácter de ser.
El preguntar puede llevarse a cabo como un “simple
preguntar”
o como un cuestionamiento
explícito. Lo peculiar de este último consiste en que el preguntar se
hace primeramente transparente en todos los caracteres
constitutivos de la pregunta
misma que acaban de ser mencionados.
La pregunta por el sentido del ser debe ser planteada.
Estamos así ante la necesidad
de examinar la pregunta por el ser teniendo en vista
los momentos estructurales
anteriormente especificados.
En cuanto búsqueda, el preguntar está necesitado de una previa conducción
de parte de lo buscado. Por consiguiente, el sentido
del ser ya debe estar de alguna
manera a nuestra disposición. Como se ha dicho, nos movemos desde siempre en
una comprensión del ser. Desde ella brota la pregunta explícita por el sentido del
ser y la tendencia a su concepto. No sabemos
lo que significa “ser”.
Pero ya cuando
preguntamos: “¿qué es ‘ser’?”,
nos movemos en una comprensión del “es”, sin que
podamos fijar conceptualmente lo que significa el “es”.
Ni siquiera conocemos el
horizonte desde el cual deberíamos captar y fijar ese sentido. Esta
comprensión del
ser
mediana y vaga es un factumvii.
Esta comprensión del ser puede fluctuar y desvanecerse cuanto se
quiera,
puede moverse incluso en el límite de un mero conocimiento de la palabra, pero
esa indeterminación de la comprensión del ser de la que ya siempre disponemos
es, ella misma, un fenómeno positivo, que necesita ser aclarado. Sin embargo,
una
(6) investigación sobre el sentido del ser no puede pretender dar esta
explicación al
comienzo. La interpretación de la comprensión mediana del ser sólo alcanzará su
indispensable hilo conductor cuando se haya elaborado
el concepto de ser. A la luz
del concepto y de las formas de comprensión explícita que le son propias será posible
establecer lo que significa una comprensión del ser oscura o todavía no aclarada,
y cuáles son las especies posibles y necesarias de
oscurecimiento y de obstáculo
para una aclaración explícita del sentido del ser.
La comprensión del ser mediana y vaga puede estar, además, impregnada
de teorías y opiniones tradicionales acerca del ser, y esto
puede ocurrir de tal manera
que estas teorías queden ocultas como fuentes de la comprensión dominante.
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Lo buscado en la pregunta por el ser no es algo
enteramente desconocido, aunque
sea, por lo pronto, absolutamente inasibleviii.
Lo
puesto en cuestión en
la pregunta que tenemos que elaborar es el ser, aquello
que determina al ente en cuanto ente, eso con vistas a
lo cual el ente, en cualquier
forma que se lo considere, ya es comprendido siempre.
El ser del ente no
“es”,
él mismo, un ente. El primer paso filosófico en la comprensión del problema
del ser consiste en no μΰθόν τινα διηγεῑσθαι1, en “no contar un mito”,
es decir, en
no determinar el ente en cuanto ente derivándolo de otro ente, como si el ser tuviese
el carácter de un posible ente. El ser, en cuanto constituye
lo puesto en cuestión,
exige, pues, un modo particular de ser mostrado, que se
distingue esencialmente
del descubrimiento del ente. Por lo tanto, también lo preguntado, esto es, el sentido
del ser, reclamará conceptos propios, que, una vez más, contrastan esencialmente
con los conceptos en los que el ente cobra su
determinación significativa.
Si el ser constituye lo puesto en cuestión, y si ser quiere decir ser del ente,
tendremos que lo interrogado
en la pregunta por el ser es el ente mismo. El ente será
interrogado, por así decirlo, respecto de su ser. Para que el ente pueda
presentar,
empero, sin falsificación los caracteres de su ser, deberá haberse hecho accesible
previamente, tal como él es en sí mismo. La pregunta por el ser exige, en relación a
lo interrogado en ella, que previamente se conquiste y
asegure la forma correcta de
acceso al ente. Pero llamamos “ente”
a muchas cosas y en diversos sentidos. Ente
es todo aquello de lo que hablamos, lo que mentamos, (7)
aquello con respecto a lo
cual nos comportamos de ésta o aquella manera; ente es también lo que nosotros
mismos somos, y el modo como lo somos. El ser se
encuentra en el hecho de que
algo es y en su ser‐así, en la realidad, en el estar‐ahí [Vorhandenheit]ix,
en la consistencia,
en la validez, en el existir [Dasein]x a,
en el “hay”. ¿En cuál ente se debe leer
el sentido del serb, desde cuál ente deberá arrancar la apertura del ser? ¿Es indiferente
el punto de partida o tiene algún determinado ente una primacía en la elaboración
de la pregunta por el ser? ¿Cuál es este ente ejemplarc
y en qué sentido goza
de una primacía?
Si la pregunta por el ser debe ser planteada explícitamente y llevada a cabo
de tal manera que sea del todo transparente para sí misma, una elaboración de esta
pregunta exigirá, según las aclaraciones hechas anteriormente, la explicación del
modo de dirigir la vista hacia el ser, de comprender y
captar conceptualmente su
1
Platón, El Sofista 242 c.
a
Todavía el concepto corriente y no otro.
b
Dos preguntas distintas puestas aquí una tras otra; se presta a malentendidos, sobre todo
con respecto
al papel del Dasein.
c
Se presta a malentendidos. El Dasein es ejemplar
porque, en virtud de su esencia de Da‐sein (el
que guarda la verdad del ser), lleva al juego de la
resonancia la a‐lusión [Bei‐spiel] que el ser en
cuanto tal le hace en su juego con él.
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sentido, la preparación de la posibilidad de la correcta elección del ente ejemplar y
la elaboración de la genuina forma de acceso a este ente. Dirigir la
vista hacia, comprender
y conceptualizar, elegir, acceder a…,
son comportamientos constitutivos
del preguntar y, por ende, también ellos, modos de ser de un ente determinado, del
ente que somos en cada caso nosotros mismos, los que
preguntamos. Por consiguiente,
elaborar la pregunta por el ser significa hacer que un
ente —el
que pregunta—
se vuelva transparente en su ser. El planteamiento de
esta pregunta, como
modo de ser de un ente, está, él mismo, determinado esencialmente por aquello por
lo que en él se pregunta —por el serd. A este ente que somos en cada caso nosotros
mismos, y que, entre otras cosas, tiene esa posibilidad
de ser que es el preguntar, lo
designamos con el término Daseinxi.
El planteamiento explícito y transparente de la
pregunta por el sentido del ser exige la previa y
adecuada exposición de un ente
(del Dasein) en lo que respecta a su sere.
¿No
incurre, sin embargo, semejante empresa en un evidente círculo vicioso?
¿Qué cosa es sino moverse en un círculo determinar primero un ente en
su ser, y
sobre esta base querer plantear, en seguida, la
pregunta por el ser? ¿No se “supone”
previamente en la elaboración de la pregunta lo que sólo la respuesta nos ha de
proporcionar? Objeciones formales, como la del “círculo en la prueba”,
en todo
momento fácilmente aducibles en el campo de la investigación de los principios,
son siempre estériles en la consideración de las vías concretas del investigar. Ellas
no contribuyen en nada a la comprensión de las cosas, e impiden penetrar en el
campo de la investigación.
Pero, en realidad, no hay ningún círculo vicioso en ese modo de plantear la
pregunta. Un ente puede determinarse en su ser sin que
sea necesario disponer
previamente del concepto explícito del sentido del ser. De lo contrario, no podría
haber hasta ahora ningún conocimiento ontológico; y nadie pretenderá negar que
(8) lo haya. Sin lugar a dudas, el “ser”
ha sido “supuesto”
hasta el día de hoy en toda
ontología, pero no en cuanto concepto
que estuviera a nuestra disposición —no
en el sentido en que aquí se lo busca. La “presuposición” del ser tiene más bien, el
carácter de una previa visualización del ser, en virtud de la cual el ente dado se
articula
provisionalmente en su ser. Esta visualización del ser que sirve de guía a la
investigación brota de la comprensión mediana del ser en la que desde siempre nos
movemos, y que en
definitivaa xii pertenece
a la constitución esencial del Dasein mismo.
Semejante “presuposición” no tiene nada que ver con la postulación de un principio
indemostrado del que se derivaría deductivamente una serie de proposiciones.
En el planteamiento de la pregunta por el sentido del
ser no puede haber en modo
d
Da‐sein: estar sosteniéndose dentro de la nada del Ser [Seyn]; sosteniéndose en cuanto comportamiento
[Verhältnis].
e
No se trata de que en este ente se lea el sentido del
ser.
a
Es decir, desde el principio.
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alguno un “círculo en la prueba”,
porque en la respuesta a esta pregunta no se trata
de una fundamentación deductiva, sino de una puesta al descubierto del
fundamento
mediante su exhibición.
En la pregunta por el sentido del ser no hay un “círculo en la prueba”,
sino
una singular “referencia retrospectiva o anticipativa”xiii
de aquello que está puesto
en cuestión —el ser— al preguntar mismo en cuanto modo de ser de un ente.
Que
el preguntar quede esencialmente afectado por lo puesto
en cuestión, pertenece al
sentido más propio de la pregunta por el ser. Pero esto no significa
sino que el ente
que posee el carácter del Dasein tiene una relación —quizás incluso privilegiada—
con la pregunta misma por el ser. Pero con esto, ¿no queda ya mostrada la primacía
ontológica de un determinado ente, y a la vez presentado el
ente ejemplar que debe
ser primariamente interrogado
en la pregunta por el ser?b. Las consideraciones hechas
hasta aquí no han demostrado la primacía del Dasein, ni han zanjado el problema
de su posible o incluso necesaria función como ente que debe ser primariamente
interrogado. Pero, en cambio, se ha hecho presente algo
así como una primacía
del Dasein.
§
3. La primacía ontológica de la pregunta por el ser
Con la caracterización de la pregunta por el ser al hilo de la estructura
formal
de toda pregunta en cuanto tal, se ha aclarado el carácter peculiar de esta pregunta,
y se ha hecho ver que su elaboración y, más aun, su respuesta, demanda una
serie de consideraciones fundamentales. Pero el carácter particular de la pregunta
por el ser sólo saldrá plenamente a luz cuando se la haya delimitado
suficientemente
en su función, en su intención y en sus motivos.
Hasta aquí se ha motivado la necesidad de una repetición de la pregunta, en
(9) parte, en lo venerable de su origen, pero, sobre todo,
en la falta de una respuesta
determinada e, incluso, en la ausencia de un
planteamiento suficiente de la pregunta
misma. Pero podría desearse también saber para qué ha de servir esta pregunta.
¿Se
queda ella en una pura especulación en el aire sobre las más universales
generalidades? ¿Es tan sólo eso? ¿O es, por
el contrario, la pregunta más fundamental y
a
la vez la más concreta?
Ser es siempre el ser de un ente. El todo del ente, según sus diferentes sectores,
puede convertirse en ámbito del descubrimiento y la delimitación de determinadas
regiones esencialesxiv. Éstas, por su parte, p. ej. la historia, la naturaleza,
el
b
De nuevo, como en la p. 14, una esencial simplificación, donde, sin embargo, está pensado lo justo.
El Dasein no es un caso de ente para la abstracción representativa del ser, pero sí la morada de la
comprensión del ser.
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espacio, la vida, el Dasein, el lenguaje, etc., pueden
ser tematizadas como objetos
de las correspondientes investigaciones científicas. La investigación científica realiza
ingenuamente y a grandes rasgos la demarcación y primera fijación de las regiones
esenciales. La elaboración de las estructuras fundamentales de cada región ya
ha sido, en cierto modo, realizada por la experiencia e
interpretación precientíficas
del dominio de serxv
que define la región esencial misma. Los “conceptos
fundamentales”
que de esta manera surgen constituyen, por lo pronto,
los hilos conductores
para la primera apertura concreta de la región. Aunque el peso de la investigación
tiende siempre hacia esta positividad, su progreso
propiamente dicho no se
realiza tanto por la recolección de los resultados y su conservación en “manuales”,
cuanto por el cuestionamiento de las estructuras
fundamentales de la correspondiente
región, impulsado generalmente en forma reactiva por el
conocimiento creciente
de las cosas.
El verdadero “movimiento” de las ciencias se produce por la revisión más o
menos radical (aunque no transparente para sí misma)xvi
de los conceptos fundamentales.
El nivel de una ciencia se determina por su mayor o
menor capacidad
de
experimentar una crisis en sus conceptos fundamentales.
En estas crisis inmanentes
de las ciencias se tambalea la relación de la investigación positiva con las cosas
interrogadas mismas. Las diversas disciplinas muestran
hoy por doquier la tendencia
a establecer nuevos fundamentos para su investigación.
La propia matemática,
que es aparentemente la ciencia más rigurosa y más
sólidamente construida, ha experimentado una “crisis
de fundamentos”.
La disputa
entre el formalismo y el intuicionismo gira en torno a
la obtención y aseguramiento
de la forma primaria de acceso a lo que debe ser objeto
de esta ciencia. La
teoría de la relatividad en la física
nace de la tendencia a sacar a luz en su carácter
propio y “en sí”
la textura de la naturaleza misma. Como teoría de las condiciones
de acceso a la naturaleza misma procura preservar la
inmutabilidad de las (10) leyes
del movimiento mediante la determinación de todas las relatividades, y de esta
manera se enfrenta a la pregunta por la estructura de
su propia región esencial, es
decir, al problema de la materia. En la biología
despierta la tendencia a interrogar
más allá de las definiciones de organismo y de vida dadas por
el mecanicismo y el
vitalismo, y a redefinir el modo de ser de lo viviente
en cuanto tal. En las ciencias
históricas
del espíritu se ha hecho más fuerte la tendencia a llegar a la realidad histórica
misma mediante la tradición y los documentos que la transmiten: la historia de
la literatura se debe convertir en historia de los
problemas. La teología busca una interpretación
más originaria del ser del hombre en relación a Dios, esbozada a partir
del sentido de la fe misma y atenida a ella. Poco a
poco empieza a comprender
nuevamente la visión de Lutero de que la sistematización dogmática de la teología
reposa sobre un “fundamento”
que no viene primariamente de un cuestionar inter‐
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no a la fe, y cuyo aparato conceptual no sólo es insuficiente para responder a la
problemática teológica, sino que, además, la encubre y desfigura.
Conceptos fundamentales son aquellas determinaciones en
que la región
esencial a la que pertenecen todos los objetos temáticos de una ciencia logra su
comprensión preliminar, que servirá de guía a toda investigación positiva. Estos
conceptos reciben, pues, su genuina justificaciónxvii
y “fundamentación”
únicamente
a través de la previa investigación de la región esencial misma. Ahora bien,
puesto que cada una de estas regiones se obtiene a
partir de un determinado sector
del ente mismo, esa investigación preliminar que elabora los conceptos fundamentales
no significa otra cosa que la interpretación de este ente en función de la constitución
fundamental de su ser. Semejante investigación debe preceder a las ciencias
positivas; y lo puede.
El trabajo de Platón y Aristóteles es prueba de ello. Esa
fundamentación de las ciencias se distingue principalmente de
aquella “lógica” zaguera
que investiga el estado momentáneo de una ciencia en función de su “método”.
La fundamentación de las ciencias es una lógica productiva, en el sentido de
que ella, por así decirlo, salta hacia adelante hasta una determinada
región de ser,
la abre por vez primera en su constitución ontológica y pone a disposición de las
ciencias positivas, como claras indicaciones para el
preguntar, las estructuras así
obtenidas. Así, por ejemplo, lo filosóficamente primario no es la teoría de la formación
de los conceptos de la historia, ni la teoría del conocimiento histórico, o la teoría
de la historia como objeto del saber histórico, sino la interpretación del ente
propiamente histórico en función de su historicidad. De igual modo, el aporte positivo
de la Crítica de la razón pura de Kant no consiste en haber elaborado una “teoría”
del conocimiento, sino, más bien, en su contribución (11) a desentrañar lo que
es propio de una naturaleza en general. Su lógica trascendental es una lógica material
a
priori para la región de ser llamada naturaleza. Pero semejante
cuestionamiento
—que
es ontología, en su sentido más amplio, y con independencia de corrientes
y tendencias ontológicas— necesita, a su vez, de un hilo conductor. El preguntar
ontológico es ciertamente más originario que el preguntar óntico de las
ciencias positivas. Pero él mismo sería ingenuo y opaco si sus investigaciones del
ser del ente dejaran sin examinar el sentido del ser en
general. Y precisamente la
tarea ontológica de una genealogía no deductivamente constructiva de las diferentes
maneras posibles de ser, necesita de un acuerdo previo
sobre lo “que
propiamente
queremos decir con esta expresión ‘ser’”.
La pregunta por el ser apunta, por consiguiente, a
determinar las condiciones
a
priori de la posibilidad no sólo de las ciencias que investigan el ente en cuanto
tal o cual, y que por ende se mueven ya siempre en una
comprensión del ser, sino
que ella apunta también a determinar la condición de posibilidad de las ontologías
mismas que anteceden a las ciencias ónticas y las fundan. Toda
ontología, por rico y
sólidamente
articulado que sea el sistema de categorías de que dispone, es en el fondo
ciega y
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contraria
a su finalidad más propia si no ha aclarado primero suficientemente el sentido
del
ser
y no ha comprendido esta aclaración como su tarea fundamental.
La investigación ontológica misma, rectamente comprendida, le da a la pregunta
por el ser su primacía ontológica, más allá de la mera reanudación de una
tradición venerable y de la profundización en un problema hasta ahora opaco. Pero
esta primacía en el orden objetivo‐científico no es la única.
§
4. La primacía óntica de la pregunta por el ser
La ciencia en general puede definirse como un todo de
proposiciones verdaderas
conectadas entre sí por relaciones de fundamentación. Pero esta definición
no es completa ni alcanza a la ciencia en su sentido.
En cuanto comportamientos
del hombre, las ciencias tienen el modo de ser de este
ente (el hombre). A este ente
lo designamos con el término Dasein. La investigación científica no es el único ni el
más inmediato de los posibles modos de ser de este ente.
Por otra parte, el Dasein
mismo se destaca frente a los demás entes. Por lo pronto, será necesario aclarar (12)
en forma provisional este carácter eminente del Dasein. Para ello, la discusión tendrá
que anticipar análisis posteriores, que sólo entonces serán propiamente demostrativos.
El Dasein no es tan sólo un ente que se presenta entre otros entes. Lo que lo
caracteriza ónticamente es que a este ente le
va en su ser este mismo ser. La constitución
de ser del Dasein implica entonces que el Dasein tiene
en su ser una relación
de ser con su ser. Y esto significa, a su vez, que el
Dasein se comprende en su ser de
alguna manera y con algún grado de explicitud. Es propio de este ente el que
con y
por su ser éste se encuentre abierto para él mismo. La
comprensión del serxviii es,
ella
misma,
una determinación de ser del Dasein1.
La peculiaridad óntica del Dasein consiste
en que el Dasein es
ontológico.
Ser‐ontológico no significa aquí desarrollar una ontología. Si reservamos,
por consiguiente, el término ontología para el cuestionamiento teorético explícito
del ser del ente, tendremos que designar como preontológico el ser‐ontológico del
Dasein. Pero “preontológico” no significa tan sólo un puro estar siendo óntico, sino
un estar siendo en la forma de una comprensión del ser.
El2
ser mismo con respecto al cual3
el Dasein se puede comportar de esta o
aquella manera y con respecto al cual siempre se
comporta de alguna determinada
1
Pero, ser, aquí, no sólo en cuanto ser del hombre (existencia). Esto resultará claro por lo que sigue.
El estar‐en‐el‐mundo encierra en
sí la relación de la existencia con el ser en total: comprensión del
ser.
2
Aquel
3
como suyo propio
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manera, lo llamamos existenciaxix.
Y como la determinación esencial de este ente no
puede realizarse mediante la indicación de un contenido quiditativo, sino que su
esencia consiste, más bien, en que este ente tiene que ser en cada caso su
ser como
suyo, se ha escogido para designarlo el término Dasein como pura expresión de
serxx.
El Dasein se comprende siempre a sí mismo desde su existencia, desde una
posibilidad de sí mismo: de ser sí mismo o de no serlo. El Dasein, o bien ha escogido
por sí mismo estas posibilidades, o bien ha ido a parar en
ellas, o bien ha crecido
en ellas desde siempre. La existencia es decidida en
cada caso tan sólo por el
Dasein mismo, sea tomándola entre manos, sea dejándola perderse. La cuestión de
la existencia ha de ser resuelta siempre tan sólo por medio del existir mismo. A la
comprensión de sí mismo que entonces sirve de guía la llamamos comprensión existentiva
[existenzielle]xxi.
La cuestión de la existencia es una “incumbencia” óntica del
Dasein. Para ello no se requiere la transparencia teorética de la estructura ontológica
de la existencia. La pregunta por esta estructura
apunta a la exposición analítica
de lo constitutivo de la existencia1.
A la trama de estas estructuras la llamamos existencialidad.
Su analítica no tiene el carácter de un comprender existentivo, sino de
un comprender existencial
(13)
[existenziales]. La tarea de una analítica existencial
del Dasein ya se encuentra bosquejada en su posibilidad
y necesidad en la constitución
óntica del Dasein. Ahora bien, puesto que la existencia
determina al Dasein, la
analítica ontológica de este ente requiere siempre una visualización de la existencialidad.
Y a esta existencialidad la entendemos como la
constitución de ser del
ente que existe. Pero, ya en la idea de tal constitución de ser se encuentra la idea
del ser en general. Y de este modo, la posibilidad de
llevar a cabo la analítica del
Dasein depende también de la previa elaboración de la pregunta por el sentido del
ser en general. Las ciencias son maneras de ser del
Dasein en las que éste se comporta
también en relación a entes que pueden ser otros que él. Ahora bien, al Dasein
le pertenece esencialmente el estar en un mundo. La
comprensión del ser propia
del Dasein comporta, pues, con igual originariedad, la
comprensión de algo así
como un “mundo”, y la comprensión del ser del ente que se hace accesible dentro
del mundo. Las ontologías cuyo tema es el ente que no tiene el carácter de ser del
Dasein están, por ende, fundadas y motivadas en la estructura óntica del Dasein
mismo, que lleva en sí la determinación de una comprensión preontológica del ser.
De ahí que la ontología
fundamentalxxii,
que está a la base de todas las otras ontologías,
deba ser buscada en la analítica
existencial del Dasein.
El Dasein tiene, por consiguiente, en varios sentidos,
una primacía sobre todo
otro ente. En primer lugar, una primacía óntica: el Dasein está determinado en
su ser por la existencia. En segundo lugar, una primacía ontológica: en virtud de su
1
Por consiguiente, no se trata de una filosofía existencial.
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determinación por la existencia, el Dasein es “ontológico” en sí mismo. Ahora bien,
al Dasein le pertenece con igual originariedad —como
constitutivo de la comprensión
de la existencia—
una comprensión del ser de todo ente que no tiene el modo
de ser del Dasein. Por consiguiente, el Dasein tiene
una tercera primacía: la de ser
la condición de posibilidad óntico‐ontológica de todas las ontologías. El Dasein se
ha revelado, pues, como aquello que, desde un punto de
vista ontológico, debe ser
interrogado con prioridad a todo otro ente.
Pero, a su vez, la analítica existencial tiene, en última instancia, raíces existentivas,
e.d. ónticas. Únicamente cuando el cuestionar de la investigación filosófica
es asumido existentivamente como posibilidad de ser del
Dasein existente, se da la
posibilidad de una apertura de la existencialidad de la
existencia, y con ello la posibilidad
de abordar una problemática ontológica suficientemente (14) fundada. Pero
con esto se ha aclarado también la primacía óntica de la pregunta por el ser.
La primacía óntico‐ontológica del Dasein fue vista tempranamente, pero sin
que el Dasein mismo fuese aprehendido en su genuina
estructura ontológica o se
convirtiese, al menos, en problema desde este punto de
vista. Aristóteles dice: ἡ
ψυχὴ τὰ ὄντα πώς ἑστιν1. El alma (del hombre) es en cierto modo los entes; el “alma”,
que es constitutiva del ser del hombre, descubre, en
las maneras de ser de la
αἴσθησις
y la νόησις
todo ente en lo que respecta al hecho de que es y a su ser‐así,
es decir, lo descubre siempre en su ser. Esta frase,
que remite a la tesis ontológica
de Parménides, fue recogida por Tomás de Aquino, en una discusión característica.
Dentro del problema de la deducción de los “trascendentales”,
e.d. de los caracteres
de ser que están más allá de toda posible determinación quiditativo‐genérica de
un ente, de todo modus
specialis entis, y
que convienen necesariamente a todo “algo”,
sea éste el que fuere, es necesario que se demuestre también que el verum es
un transcendens de este tipo. Esto acontece mediante el recurso a un
ente que por su
modo mismo de ser tiene la propiedad de “convenir”,
e.d. de concordar, con cualquier
clase de ente. Este ente privilegiado, el ens,
quod natum est convenire cum omni
ente,
es el alma (anima)1.
La primacía del “Dasein” sobre todo otro ente, que aquí
aparece pero que no queda ontológicamente aclarada, no tiene evidentemente nada
en común con una mala subjetivización del todo del ente.
La demostración de la peculiaridad óntico‐ontológica de la pregunta por el
ser se funda en la indicación provisional de la primacía óntico‐ontológica del Dasein.
Pero el análisis de la estructura de la pregunta por el ser en
cuanto tal pregunta
(§ 2) nos permitió descubrir una función privilegiada de este ente dentro del
planteamiento mismo de la pregunta. El Dasein se reveló allí como aquel ente que
1
De
anima Γ
8, 431 b 21; Cf, ibid. 5, 430 a 14 ss.
1
Quaestiones
de veritate, qu. I a. 1 c, cf. la “deducción”, en cierto modo más rigurosa de los trascendentales,
parcialmente divergente de la aquí citada, en el opúsculo De natura generis.
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es necesario que sea primero suficientemente elaborado
desde un punto de vista
ontológico, si se quiere que el preguntar se vuelva
transparente. Pero ahora se nos
ha mostrado que la analítica ontológica del Dasein en general constituye la ontología
fundamental, de tal manera que el Dasein viene a ser el
ente que en principio ha
de
ser previamente interrogado
respecto de su ser.
Para la tarea de la interpretación del sentido del ser, el Dasein no es tan sólo
el ente que debe ser primariamente interrogado, sino
que es, además, el ente que
en (15) su ser se comporta ya siempre en relación a aquello por lo que en esta pregunta
se cuestiona. Pero entonces la pregunta por el ser no
es otra cosa que la radicalización
de una esencial tendencia de ser que pertenece al
Dasein mismo, vale
decir, de la comprensión preontológica del ser.
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